Comida formal en el trabajo, con los altos mandos y vacas
sagradas diversas y algunos becerros beatificados (sin olvidar a algunos bueyes
sin más gloria, pero sí de mucha pena). Mi madre, entre los bóvidos sacralizados,
al otro lado de la mesa. Llega el postre y ella grita (jura que lo dijo en voz baja... para que la escuchara yo a la distancia):
—¡Mira, Miguel! ¡Higos! Llévaselos a tu hijo, que le
encantan. Te regalo el mío…
Apenas pude recuperar mi color normal en público, que es
algo menos rojo de lo que me puse, escuché una cáustica risilla a mi izquierda.
—También te puedes llevar el mío —dijo mi jefe—. A mí no me
gustan los higos.
Sin duda, #MiMamáEsMiTRoll…
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